Una
vez Enrique Jardiel Poncela citó que viajar es imprescindible y la
sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia. En mi humilde opinión
no cualquiera está capacitado para viajar, al menos no a cualquier
destino. Muchos de los turistas viajan con la mochila al hombro
porque es tendencia. O acuden al extranjero por el simple hecho de
que aparezca en su expediente personal. ¿Qué sentido tiene visitar
un país asiático si nunca se ha interesado uno por su cultura? ¿O
acudir a México, ese inmenso país, y no salir del Resort (con todos
mis respetos hacia quién lo haga)? El afán por viajar está a
la orden del día pero hay que saber cómo. Extraer lo mejor de cada
viaje, conocer la cultura, visitar lugares recónditos, probar cada
una de las exquisiteces culinarias y perderse… sobretodo perderse
entre sus calles.
Indagando
en la red he encontrado un blog de una joven argentina que cuenta sus
experiencias en el extranjero. Al parecer, como muchos otros
visitantes, no quedó del todo conforme con su estancia en Lisboa por
el simple hecho que se encontró en el barrio equivocado (en este
caso los barrios Intendente y Martim Moniz). Después de pasar una de
las mejores experiencias de mi vida en la bella capital lusa no puedo
evitar salir en defensa de la ciudad. ¿Sería justo que un visitante
se llevase una mala imagen de Madrid porque se hayan topado con una
zona conflictiva? Cada ciudad tiene sus áreas, mejor y peor
conservadas, más y menos peligrosas, la clave está en ahondar en
ambas en su justa medida. Después de trascurrir casi a diario por
esos pintorescos barrios lisboetas comprendo que transmite cierta
inseguridad pero hay mucho más detrás de esas cuatro esquinas que
rodean la plaza de Martim Moniz.
Praça
de Martim Moniz
Los
turistas, como ocurre con muchas otras ciudades, bien quedan
prendados de Lisboa o totalmente desencantados. Mi pregunta es, ¿uno
no se documenta antes de elegir un país de destino? Millones de
blogs de viajeros están a su disposición. También guías físicas
para los más tradicionales. Para aquellos que desean oler y palpar
la sensación de libro recién comprado o que prefieren subrayar en
color fosforito los restaurantes de tres tenedores a los van a
acudir.
He
de reconocer que Lisboa no era mi ciudad prioritaria a la hora de
solicitar una beca Erasmus-Sócrates, y que la posibilidad de
rechazarla y permanecer un año más en Madrid estuvo planeando sobre
mi cabeza. Después de bromas constantes como “si irte a Lisboa es
como irse de beca Séneca” me puse el mundo por montera y decidí
embarcarme en una nueva aventura. Mudarme a un nuevo país donde no
conocía a nadie y del que desconocía la lengua totalmente. Con mis
tres maletas repletas de ropa invernal que nunca utilicé y mi
librito titulado “portugués para torpes” crucé el Ponte 25 de
abril con un nudo en el estómago. ¿Hacía donde me dirigía?
Pues
bien, me dirigía hacía una ciudad donde la diversidad cultural no
brilla por su ausencia. Donde en la misma calle (zona Bairro
Alto) podemos disfrutar de un concierto de fado u optar
por un bar de música techno. Una capital que ofrece buena
temperatura durante todo el año y donde no vamos a echar de menos
los gorros y bufandas de lana. Una ciudad donde los adoquines y las
fachadas de azulejos nos trasladan 20 años atrás y nos hacen pensar
que la globalización aún no se ha apoderado de la ciudad. Donde
en Praça do Comércio, pleno centro de la
capital, uno puede asomarse y acariciar el agua que recorre el Río
Tejo en dirección al Océano Atlántico. Donde se puede respirar
aire puro a pesar de tener al lado la estación de cercanías más
concurrida de la ciudad. Donde en pleno mes de febrero los lisboetas
-y en su día una servidora- disfrutan de un baño playero.
Praça
do Comércio al borde del río Tejo
Lisboa
aúna lo bueno de una capital europea y lo bueno de una pequeña
metrópoli. Cuatro líneas de metro son más que suficiente para
comunicar a los lusos desde Cais do Sodré a Amadora Este. De un
rincón a otro de la ciudad un taxi no sobrepasa los 5 euros. Aquí,
poder pasear de una zona turística a otra no es una posibilidad a
contemplar, es un hecho. Aunque sus infinitas cuestas nos traicionen
físicamente al caer el sol, los panoramas por descubrir son
merecedores de elogio. Por algo fue bautizada como la ciudad de las 7
colinas, ¿no?
Los
miradores de Lisboa son parte esencial del encanto de la
ciudad, por lo que visitar unos 3 o 4 de ellos debería ser una
obligación para el turista de a pie. Entre mis recomendaciones
están:
· El
Miradouro de Graça; ofrece una panorámica de toda la ciudad y está
fuera del área turística por lo que es idóneo para relajarse y
descansar.
· El
Miradouro de Santa Catarina; sus vistas no son las mejores a
disfrutar pero un conjunto de puffs y un bar cool dan un toque de
distintivo a la zona de Alfama. Perfecto para acudir durante la
noche.
· Miradouro
de Santa Luzia, es mi favorito por excelencia gracias a sus
adoquines, vistas al Tejo y sobretodo su localización (en pleno
barrio de Alfama). Rincón en el que Najwa Nimri nos deleita con un
hermoso monólogo final en la película Piedras.
· Miradouro
de San Pedro Alcántara. Las panorámicas son muy similares a las del
Miradouro de Graça pues está al otro lado del barrio de Baixa.
Miradouro
de Santa Luzia
En
cuanto a la arquitectura, me quedo sin duda con la preciosísima
estación de tren Estação Ferroviária do Rossio, es una
estación que sirve al centro de la ciudad de Lisboa, en
Portugal, perteneciente a la línea de Sintra. El edificio está
considerado desde 1971 como un inmueble de interés público y
también es parte de una zona de protección conjunta de la Avenida
da Liberdade – elemento clave en la restructuración de la ciudad
por parte de Marqués de Pombal siguiendo el estido de
los Campos Elíseos-.
Estaçao
de Rossio y Avenida da liberdade abajo
A
escasos metros podemos encontrar la La Praça dos
Restauradores (Plaza de los Restauradores) es una plaza de la
ciudad de Lisboa. Conmemora la liberación del país del dominio
español en 1640. Su característica más
representativa es el obelisco del centro de la plaza. Las
figuras de bronce del pedestal representan la Victoria, con
una palma y una corona, y la Libertad. Los nombres y fechas que están
grabados a los lados del obelisco son los de las batallas de
la Guerra de Restauración.
En
una de las calles que nace de Praça dos Restauradores, podemos
encontrar una oferta gastronómica muy diversa y cientos de camareros
intentando captar nuestra atención, con tal insistencia que raya la
molestia. En cualquier caso en todos los restaurantes se come
estupendamente y a un precio razonable. Mi recomendación, el
bacalhau en cualquiera de sus variantes –aunque me quedo con el
bacalhau a bràs- y los caldos con marisco.
Bacalhau
dourado
Pero
todo lo que podemos descubrir de la capital lusa no queda aquí;
playas buscadas por surfistas de todo el planeta, los famosos pasteis
de Belém, los alrededores de Lisboa, la feria de Ladra, Bairro Alto,
la vida nocturna, bacalhao a bràs… Son tantas cosas por descubrir
que sería un sacrilegio comprimir todas en un sólo post.